jueves, 12 de abril de 2012

bitter

Me desperté abrazada a un hueco vacío, seguía sin acostumbrarme a estar sin él. Todavía tenía una de sus viejas camisetas bajo la almohada. Esas que me gustaba ponerme por la mañanas. Pero solo en las mañanas en las que estaba él. Y nada era lo mismo. Mi pequeño apartamento parecía más pequeño. Mi cama parecía más grande. Mis lágrimas parecían más amargas. Las duchas más frías. Las noches más largas. Los domingos tirados en casa viendo películas, ya no parecían domingos. Ni los sábados, sábados. Ya nada parecía ni era lo mismo. Mi vida no era lo mismo. Yo no lo era. No era lo mismo levantarme sola y asomarme a la ventana sabiendo que lo vería llegar con café, porque no lo haría. No, no vendría, no lo haría. Nadie me observaría mientras duermo, y es que yo no quería que nadie lo hiciera, yo quería que lo hiciera él. Y no, nada volvería a ser como antes, nada era lo mismo sin él. Hasta el gato negro que se colaba en casa de vez en cuando había dejado de hacerlo desde que él no estaba. Pero todavía me quedaba poder cerrar los ojos e imaginar que vendría, borrar la mañana en la que al despertarme, él no estaba para darme los "buenos días". Y mis mil llamadas. Y sus mil "pi, pi, pi...". Y mis mil dolores de cabeza por ese pitido. Y mis mil lágrimas. Y a pesar de contarlo en pasado, te echo de menos en presente. Vuelve. El café sabe demasiado amargo si no eres tú quien le echa azúcar. Si no eres tú quien me lo trae a la cama. El café sabe demasiado amargo si no estás. No soy yo la que te echa de menos, es el café. O quizá yo también te echo de menos. El café sabe demasiado amargo si no estás.


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